Danny Lyon en el Museo ICO
- Elena Calabrese
- 22 sept 2020
- 5 Min. de lectura

Gracias al recién estrenado otoño de la Villa, he podido dejarme seducir por este abrazo del"veranillo" madrileño, que vaticina el final del calor intenso para dar paso a los días cortos, las tardes al aire libre, cálido aún, las charlas y las caminatas, encantador regalo para compartir en el pleno disfrute de la amistad, para los que podemos acercarnos a degustar encuentros culturales, sin tener en cuenta el reloj, sintiéndonos a salvo de toda amenaza biológica gracias al cuidado en las medidas de seguridad que celosamente guardan en los museos, las salas , los espacios y rincones dedicados al arte, alejando de nuestra presencia la amenaza del maldito virus que ya nos ha robado bastante calidad de vida.

Nuestras visitas se convierten en una sutil experiencia que nos hace olvidar el drama cotidiano de la calle y nos sentimos cerca, como en casa, y así compensamos el vacío que estos meses de colores oscuros, han dejado en el ánimo de las buenas gentes que transitan calladas y distantes entre sí, detrás de sus máscaras, en el misterio del anonimato, porque se han vuelto invisibles e inocentes en una indeseada mordaza, impuesta a golpe de contagio. Tras este miedo pavoroso a ser tocada o besada o abrazada. Lyon denuncia la crueldad con la que se trata a los edificios viejos, que pasan a ser viejos y no antiguos, despojados de su importancia en el tiempo para el capitalismo arrollador, sediento de espacio fresco donde hincar sus garras de dinero, sin piedad por el valor de la historia encerrada en aquellas fachadas, azoteas, ventanales, patios y cornisas y corredores, que vieron gestar la magia de la ciudad de Manhattan, su identidad cosmopolita, sus lagrimas de sangre obrera y su deseo implacable de desafiar al cielo.

De repente, encuentro ante mí la entrada del Museo ICO que me brinda la posibilidad tentadora, de contemplar en una exposición fotográfica que tiene lugar estos días, la magistral obra de Danny Lyon, un poeta urbano, visual y contemporáneo, que a través del objetivo de su cámara, me habla de otro abandono, de otro vacio y de otro virus: la urbanización que hizo estragos en todo un distrito icónico de NY.

"La Destrucción Del Bajo Manhattan" el título de su obra, real y contundente, fruto de la impresión que le causó ver su adorada ciudad, su gran manzana, mordisqueada por el efecto salvaje de los procesos de urbanización que tuvieron lugar en grandes ciudades como Manhattan durante la década de los 70.
Lyon denuncia la crueldad con la que se trata a los edificios, que pasan a la categoría de viejos, como decir inútiles, no productivos, sin el encanto del paso de los años que los habría convertido en antiguos, como reliquias y no como fantasmas desplomándose al golpe de la maza despiadada.

Lyon, siempre devoto de las causas perdidas nos ofrece belleza donde solo existe demolición, nos entrega matices, rescatados del blanco, gris y negro. Nos regala historias de humanidad trascendente, enmarcadas en los rostros que inmortaliza. Toda su obra habla de edificios, pero habla en realidad de personas, de la belleza de sus anhelos, dentro de aquellos espacios, casas, jardines y patios que hicieron suyos.

Despojados de su importancia en el tiempo para el rodillo implacable de la constructora, arrollador, sediento de espacio fresco donde hincar sus garras de dinero, sin piedad por el valor de la historia encerrada en aquellas fachadas, azoteas, ventanales, patios y cornisas y corredores, que vieron gestar la magia de la ciudad de Manhattan, su identidad cosmopolita, sus lagrimas de sangre migrante, crisol de mil culturas, de mil formas de supervivencia y su deseo implacable de desafiar al cielo.
El fotógrafo ve hundirse sin remedio la zona más antigua de la ciudad y mas identitaria de la América profunda, para dar paso a lo que más tarde, no mucho mas tarde, sería el mundialmente famoso y reconocido complejo financiero World Trade Center, un nuevo templo para adorar al vellocino y que está en el imaginario colectivo de todas las personas de la generación del "baby boom", amantes del cine de autor y de la modernidad, que crecieron con imágenes de estos edificios grabadas en sus retinas a través del celuloide y soñaron con ellos condenándolos para siempre como estereotipos neoyorquinos de la representación del sueño americano encarnada por los ejecutivos del "cuello blanco".[1]
[1] Referencia a "La hoguera de las Vanidades" o las películas de Woody Allen, cuyo escenario es la ciudad de Manhattan

Lyon recoge en sus imágenes, las pequeñas vidas de los edificios, algunos con más de 150 años, la gesta y conquista de los obreros de NY, contratados para demoler, cincelando ladrillo a ladrillo, con técnicas de tortura exquisitas, aquellos vestigios de todo el pasado de la Isla en su zona más antigua, sus barrios decimonónicos, que caían derrumbados por la maza de la expansión hortera del ladrillo nuevo rico y sus pretensiones señoriales.

El bajo Manhattan se vio de repente vacío, como Castilla la Vieja y con él, derruidas tantas ilusiones de tantas vidas que llegaron durante más de un siglo y medio buscando un sueño que ahora yace sepultado en los cimientos de otros complejos más sofisticados y modernos, sin el sabor original del viejo continente.

Lyon, siempre devoto de las causas perdidas nos ofrece belleza donde solo existe demolición; nos entrega matices, rescatados del gris, o del blanco y negro. Nos regala historias de humanidad trascendente, enmarcadas en los rostros que inmortaliza. Toda su obra habla de edificios, pero habla en realidad de personas: de la belleza de sus anhelos, dentro de aquellos espacios, casas, jardines y patios que hicieron suyos. Las fotografías nos muestran los fantasmas arquitectónicos del pasado, vacíos, serenos e impresionantes; no hay indiferencia en lo que retrata. Las sombras, las luces y los detalles son capaces de transportar al observador, a miles de kilómetros. La mente divaga sin querer y sin poderlo evitar, construyendo otras tantas rutas de encuentro con el pasado y el presente en esas mismas calles.

Manhattan esta en nuestra historia visual, amarrada a nuestros recuerdos que se forjaron en cada escena de aquellos minutos de salda de cine, en aquellos fotogramas inolvidables, a veces también en blanco y negro, o gris. Aquellos que describen Manhattan como el Oz de las fantasías de nuestra adolescencia y tal vez madurez, siendo la ventana a un mundo inalcanzable.
¡¡Nos es tan familiar!!
Si queréis seguir soñando despiertos y sentir que la ciudad puede brindaros nuevos escenarios para vuestras cruzadas personales, gracias al compromiso de Danny Lyon con su particular visión de las cosas, y si queréis recurrir a vuestra creatividad para que, inspirados por la mirada de este artista y en un ejercicio de inquietud cultural os reencontréis con la realidad, con el Madrid abandonado a su suerte en estos días tan injustos y a la vez el Madrid tan lleno de belleza como lo fuera el barrio viejo de la Gran Manzana. Vuestra próxima cita tiene que ser, por obligación, en la calle Zorrilla 3, en el Museo de Arte ICO, que hace homenaje cada día a los y las artistas, que, como Lyon, nos hacen sacudir el polvo de nuestra apatía y despertar el alma de ciudad que llevamos dentro.
Allí nos vemos.
© Danny Lyon/Magnum Photos